Cuando
despierto tengo su boca entre mis piernas y me debato entre el enfado
por tener tal descaro o emitir un ligero gruñido mientras entrelazo
mis manos con su pelo. Y, sin darme cuenta, mi cuerpo ha elegido la
segunda opción cuando mi mente ni siquiera había empezado a
esgrimir los argumentos. Pequeños besos en los muslos, ligeramente
húmedos para dejar marcado el camino de vuelta a la cordura, pero se
tornan calientes cuando sus labios se posan con suavidad sobre mi
clítoris. Despliega su lengua entre mis labios. Recibe mi humedad
con una ligera sonrisa y la mueve arriba y abajo. Introduce la punta
dentro de mí tomando la temperatura de mi anatomía. A continuación,
con mi cuerpo a toda marcha, da pequeñas sacudidas en mi clítoris.
Alterna los círculos con rayas en diferentes sentidos. Según
aumenta su ritmo mi espalda se despega del colchón. Mis gemidos se
tornan tan sonoros que opto por tapar mi boca, pero en un movimiento
rápido siento mis muñecas atrapadas entre sus dedos al lado de mis
caderas. Los gemidos se van alternando según sus movimientos como
los sonidos de una orquesta. Mis labios le suplican que no pare.
Siento cómo el placer va invadiendo cada poro de mi cuerpo hasta
estallar en mi clítoris. De nuevo mi espalda toca tierra, pero ahora
soy invadida por su pene. Empieza lento, suave. Entradas y salidas de
prueba que me permiten una lubricación total para acabar con una
embestida salvaje, hasta los confines de mi cuerpo. Sus ojos
concentrados en los míos. Mis dientes muerden mi labio inferior como
símbolo de excitación y provocación. Quiero más. Más fuerte. Más
hondo. Más salvaje. Siento cada embestida. El choque de sus caderas
con las mías. Su brazo apoyado a la altura de mi pecho para no
caerse sobre mí. Nuestros sudores compartidos. Cuando ambos estamos
próximos al clímax, abro los ojos y veo el placer en las arrugas de
su cara, en la vena de su cuello. Y, de repente, sin mediar palabra
cubre mi cintura con su brazo, entrelaza nuestras piernas, me susurra
“dulces sueños” y cierra esos ojos que me han llevado al placer
en esta madrugada.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó