Había llegado a la ciudad por un asunto laboral y mi estancia allí
se me estaba haciendo tediosa. El camarero del bar del hotel me habló
entre confesiones y vinos sobre un local fuera de los registros
comunes donde la imaginación no daba cabida ya que todo,
absolutamente todo, estaba a la vista.
Esperaba el taxi que me
llevaría a mi destino entre nerviosa y emocionada por adentrarme en
un nuevo mundo y por desconocer qué aventuras me depararía la
noche. Pagué una considerable entrada ante un portero igual de
robusto como discreta era la puerta. Cuando se cerró detrás de mí,
respiré hondo y avancé por el pasillo. La siguiente puerta me dio
paso a una imagen esperpéntica por la mezcla que allí se
encontraba. Una barra sencilla repleta de los mejores y más caros
jugos del mercado, custodiada por dos señoritas que parecían
sacadas del último desfile de Victoria Secret más que dos simples
camareras que cubrían sus ocho horas de trabajo. En el centro,
repleto de mesas donde degustar los licores allí ofrecidos. Sin
embargo, lo mismo te encontrabas caballeros de traje y corbata que
personas semidesnudas manteniendo una conversación. En el lateral
había un pequeño escenario con una pareja – no sabría decir si
hombre y mujer o del mismo género – practicando un sencillo
misionero con la peculiaridad de que la persona que permanecía
debajo estaba completamente inmovilizada de pies y manos y con un
pañuelo cubriendo sus ojos. Después de permanecer observando la
escena más tiempo del que creí conveniente, me dirigí a la barra y
pedí un ron movido con dos hielos, que a pesar de no saber qué era,
pensé que me daría el toque de glamour que yo no sentía y más en
aquel terreno inhóspito para mí. Cuando di mi primer sorbo pregunté
a la chica cómo funcionaba la sala, pues era mi primera vez; así
descubrí que el pasillo que yo creía daba a los baños realmente
estaba inundado de pequeñas salas donde practicar desde un trío,
mirar a un hombre o mujer masturbándose o ser la pieza observada.
Con ella fui saltando de sala en sala observando lo que allí se
tramaba a la vez que un calor iba inundando mi entrepierna. Mujeres
masturbándose mientras observaban un trío de hombres. Una pareja
practicando sadomasoquismo donde ella ejercía en esta ocasión de
dominante. Allí recalé un poco más ante mi curiosidad y tentada
estuvo mi mano en varias ocasiones en colarse por debajo de mi falda.
Sentí un ligero roce en mi hombro izquierdo y mis ojos se quedaron
prendados de una espalda tornada, un culito respingón y una mirada
desafiante que me dirigió de soslayo el candidato a “fóllame aquí
y ahora”.
La última sala, en aquel momento vacía, solía reservarse a los
primerizos que aún no estaban preparados para una participación
demasiado activa, pero sí para ser observados mientras daban rienda
suelta a su placer. Al llegar a aquella puerta de mi copa solo
quedaban los hielos y sin pensar la cerré detrás de mí. Vacía de
cuerpos desnudos. En el centro un chaise lounge confortable al lado
de un espejo de cuerpo entero. Me debatía si dar un paso hacia
adelante y descubrir los posibles “mirones” que pudiera haber
detrás del cristal o huir. Ganó la inconsciencia, la rebeldía, el
sentirse deseada una noche por ojos ajenos, el hacer disfrutar a
otros con mis curvas o la falta de ellas. Y me repetía mentalmente
“quítate todo menos los tacones”. Apoyé el vaso vacío en el
suelo. Frente al espejo fui deshaciéndome del vestido negro con
lentitud, recreándome en mí misma, disfrutando de mi desnudez y
dejando al descubierto un conjunto de encaje negro comprado para la
ocasión aquella misma tarde. La parte inferior estaba a medio camino
entra la braguita y el tanga, lo que venía siendo una braguita
brasileña, haciéndome así un culito más sexy. Delante del espejo
mis yemas acariciaban mi piel como si fueran las del desconocido del
pasillo. Mis manos fueron cubiertas por la copa del sujetador
mientras acariciaba mis pechos. Los pezones respondieron con rigidez.
Y en un acto de rebeldía el sujetador se estampaba contra el suelo.
De reojo miré por el cristal y pude comprobar que había varios
interesados en cada uno de mis movimientos. Entre ellos “mi
desconocido”. El conocimiento de ser observada hizo que el fuego
fuera tomando forma en mi cuerpo teniendo como origen mi entrepierna
y hasta aquí dirigí mi mano derecha quedando oculta. Rocé mi
clítoris y sentí el contraste del frío que aún conservaban mis
dedos con la calidez de mis muslos. Moví los dedos con suavidad,
encontrando la humedad que emanaba de mí. Aproveché para
introducirme dos dedos lo que provocó la inclinación de mi cuerpo.
Con mi otra mano me deshice de la última prenda, pues las medias
permanecerían pegadas a mi piel, y dejé al descubierto mi sexo. Ya
no me sentía temerosa ni cohibida por lo que me trasladé al sofá
dando un mejor ángulo de mi cuerpo a mis observadores. Y me masturbé
para mí, para ellos. Mi mano, invadida de mis licores, azotaba el
clítoris a la vez que alternaba con penetraciones de mis falanges.
Me sentía sexy, tremendamente excitada, deseosa de devorarme y entre
golpeteos a mi centro del placer alcancé el clímax dejando un
cuerpo sudoroso, caliente, extenuado de satisfacerse a uno mismo. Y
cuando mis ojos se abrieron vi al desconocido apoyado en la puerta
con una mirada salvaje.
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Confesó