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Mostrando entradas de 2018

Inesperado

Tras 10 años casados la rutina estaba más que instalada en nuestras vidas. El trabajo, las extraescolares, los compromisos, la familia... todo parecía estar por delante de nuestra relación. La cama pasó de ser un campo de batalla a un yermo terreno veraniego. A veces me quedaba observándole desde la distancia mientras jugaba con los niños o se perdía en las hojas de un libro y mi entrepierna reaccionaba. El deseo estaba latente, pero parece que nunca sintonizábamos el mismo canal a la vez. Una noche me acosté pronto con un fuerte dolor de cabeza, dejándole a él a cargo de las tareas domésticas y nuestros hijos. Somos más de dividir, pero esta vez el dolor me superaba. Pasadas unas tres horas, aproximadamente, me desperté, pero el frío invadía el otro lado del colchón. Una luz tenue procedente del salón se colaba por debajo de la puerta. Con tranquilidad me incorporé, bebí un poco de agua y descalza me dirigí hacia la claridad. La imagen desde la puerta me pareció hermosa y muy, muy su

Inspiración sexual

Cada viernes cogía su libreta y su bolígrafo y se dirigía a una pequeña cafetería del centro donde servían una tarta de chocolate exquisita. Desde su rincón observaba el devenir de clientes que entraban a calentar su cuerpo con un café caliente entre las manos. Pero hoy su mirada se quedó parada en el rincón opuesto. Un chico ligeramente más joven que ella, delgado, de pelo castaño claro, ojos oscuros, permanecía de pie. Vestía unos pantalones de pinza color arena y un chaleco granate. Demostraba cierta soberbia, el hecho de saberse guapo. Cuando sus miradas se cruzaron eran juguetonas y ardientes. Él movía sus dedos por la pantalla del móvil a la vez que lanzaba miradas furtivas a la joven solitaria que se perdía entre las líneas de su libreta. Ella fue descendiendo su mirada por el cuerpo de él y notó un ligero movimiento por debajo de la cintura. Esto hizo que sus bragas comenzaran a humedecerse. Se levantó lentamente y se dirigió al baño, pero cuando llegó a la altura de él, se pa

Nuestras normas

Preparó una cena ligera para compensar el exceso de las cañas del mediodía. Llevaba un moño en lo alto de la cabeza hecho de forma improvisada. Una vieja sudadera y unas mallas eran el resto de su indumentaria. A las doce en punto sonó el portero y ella, extrañada, se acercó el telefonillo a su oído lanzando un suave sí. Al otro lado, una voz ronca, varonil, seguramente influenciada por el frío, el alcohol y algún cigarro esporádico. No se veían con frecuencia, no seguían unas directrices establecidas, pero cuando uno acudía, el otro se unía. No eran una pareja, solo dos conocidos que iban profanándose a través de caricias, besos y orgasmos robados. Se recibieron con un casto beso, alguna frase formal, pero el deseo los atraía mutuamente. Los besos iban delante de las caricias, estas adelantaban a los pellizcos y cuando el calor subió sus grados la ropa fue cayendo con rabia contra el suelo. Él la empujó de cara contra la pared mientras con sus manos iba recorriendo el interior de s

Escape

Trato de buscar la inspiración a golpe de cama. Devoro unos labios como si nunca me hubieran alimentado antes. Siento su humedad transferida a mi oxidada boca. Recorro su bíceps solo para recordarlo entre las sábanas. Acaricio sus cicatrices sin saber quiénes se las hicieron. Este trato no conlleva preguntas indiscretas. Todo se vuelve rápido, ansioso, pasional, el deseo de sabernos poseídos y de marcarnos mutuamente. Evitamos miradas ocultas tras el velo de la sexualidad. Mi lengua lame su cuello, absorbe su olor. Mis dientes dejan huella en el centro de su aureola. Su espalda es testigo del paso de mis uñas en cada embestida, recuerdos perecederos que emanan de su sonrisa. Su pene siente mi calor interno, lo acoge con desesperación. Una única vez. Dos cuerpos depositados en un viejo colchón. Un pensamiento, el del sexo. Otro pensamiento, el de no volverse a ver. 

Observación

Había llegado a la ciudad por un asunto laboral y mi estancia allí se me estaba haciendo tediosa. El camarero del bar del hotel me habló entre confesiones y vinos sobre un local fuera de los registros comunes donde la imaginación no daba cabida ya que todo, absolutamente todo, estaba a la vista.  Esperaba el taxi que me llevaría a mi destino entre nerviosa y emocionada por adentrarme en un nuevo mundo y por desconocer qué aventuras me depararía la noche. Pagué una considerable entrada ante un portero igual de robusto como discreta era la puerta. Cuando se cerró detrás de mí, respiré hondo y avancé por el pasillo. La siguiente puerta me dio paso a una imagen esperpéntica por la mezcla que allí se encontraba. Una barra sencilla repleta de los mejores y más caros jugos del mercado, custodiada por dos señoritas que parecían sacadas del último desfile de Victoria Secret más que dos simples camareras que cubrían sus ocho horas de trabajo. En el centro, repleto de mesas donde degustar los

Recuerdos

Cuando despierto tengo su boca entre mis piernas y me debato entre el enfado por tener tal descaro o emitir un ligero gruñido mientras entrelazo mis manos con su pelo. Y, sin darme cuenta, mi cuerpo ha elegido la segunda opción cuando mi mente ni siquiera había empezado a esgrimir los argumentos. Pequeños besos en los muslos, ligeramente húmedos para dejar marcado el camino de vuelta a la cordura, pero se tornan calientes cuando sus labios se posan con suavidad sobre mi clítoris. Despliega su lengua entre mis labios. Recibe mi humedad con una ligera sonrisa y la mueve arriba y abajo. Introduce la punta dentro de mí tomando la temperatura de mi anatomía. A continuación, con mi cuerpo a toda marcha, da pequeñas sacudidas en mi clítoris. Alterna los círculos con rayas en diferentes sentidos. Según aumenta su ritmo mi espalda se despega del colchón. Mis gemidos se tornan tan sonoros que opto por tapar mi boca, pero en un movimiento rápido siento mis muñecas atrapadas entre sus dedos al la