Lo recordaba
con el pelo muy corto, algo más formado, pero su mirada seguía estando ahí,
como la primera vez en aquella orilla. Sus manos fuertes, agrietadas por el
trabajo de sol a sol, sus hombros anchos, que aquella tarde fueron su almohada,
y sus labios carnosos, rosados, hacían contraste con el tono canela de su piel.
Ahora, guardaba una barba de días, y se escondía detrás de una sonrisa que
regalaba a cualquiera. Iba y venía, pero con ella, siempre estuvo ahí. Sin
falsas sonrisas, sin promesas, sin adornos, sólo ellos dos. Sus manos
memorizando su cuerpo, recorriendo cada surco, cada curva. Su boca hablando
salvajemente frente a la de ella. Los labios mordisqueados por ella. Intención
de volverle un poco más loco. Su chaqueta de cuero marrón, el suelo para dos
cuerpos que se desnudaban entre la necesidad, el miedo al desvanecimiento y la
adicción el uno del otro. El reloj paralizado a cada caricia de los dedos de ella
sobre la piel desnuda de él. El poco vello que aún conserva se eriza a cada
centímetro de cuerpo recorrido. Sus besos húmedos regalan caricias a cada salto
de piel. Ella quiere memorizar cada herida, cada dulce error del cuerpo de su
amante furtivo. Apoderarse del tiempo y permanecer entre sus brazos, entre sus
piernas. Y su sexo le recuerda que sigue viva, viva deseándole a él como lo
hizo un tiempo atrás. Un sexo que se le muestra a él en todo su esplendor,
recibiendo cada lambetazo, cada mordisco como si no hubiera habido antes otros.
Y un gemido acompaña al otro. La respiración entrecortada, escupiendo palabras
prohibidas ante miradas directas, encendidas a causa del otro. No empezaron con
un “hola, ¿cómo estás?”, sólo ansiaban el deseo del otro, provocar lo que ambos
llevaban tiempo deseando en la soledad de su habitación, en el caos de sus
pensamientos. El sexo de él golpeando contra ella, agitando sus entrañas,
despertándola de aquel sueño infinito. Dos cuerpos sudorosos, agitados,
deseando ser parte del otro. Ahora descansan bajo la luna partida, ansiando su
otra mitad. Temiendo que el deseo se les escape de las yemas de los dedos y la
luz les haga desaparecer, convirtiéndolo en un sueño más, de habitaciones
separadas. Y cuando el amanecer hace acto de presencia, el uno al otro se han
perdido. Hasta el próximo sueño, hasta la próxima vez, hasta pronto.
Y, de repente, para, se yergue y se distancia de él unos escasos centímetros, que ni el silencio se hubiera atrevido a atravesar. Le mira directamente a los ojos. Ella roza sus propios labios con su lengua para terminar con un pequeño mordisco en el labio inferior, por la parte izquierda de éste. Él se mantiene inalterable en su posición, controlando su deseo por ella, aunque su entrepierna tenga vida propia y roce suavemente el muslo derecho de su enigmática compañera sexual. Ella se inclina sobre él y echa su cálido aliento sobre la fina piel de su cuello provocando que ésta se erice, para terminar con un lametón a la altura de la barbilla. Y sin que ambos se rocen, sus lenguas se acarician atrayéndose entre si para terminar en un apasionado beso, que aunque comienza lento, termina salvaje, ansioso, donde las manos invaden el cuerpo del otro. Él la sube a la altura de su cintura y la penetra fuerte, mientras ella le rodea con sus piernas y su espalda es ahora la que golpea la
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Confesó